Un mural con las principales figuras artísticas nacionales, será lo primero que verá quien arribe al Aeropuerto Internacional de Carrasco.
Con el afán de celebrar su décimo aniversario, el Aeropuerto creó junto al colectivo Licuado un impresionante entorno visual en el que se realza tanto la identidad como la cultura uruguaya.
El País estrena un especial en el que se rendirá tributo a ocho personajes que, en su propia rama artística, marcaron un antes y un después en la historia uruguaya.
En esta primera instancia será el turno de la poeta Juana de Ibarbourou y el cantautor Alfredo Zitarrosa, una dupla que muchos podrán asociar por la interpretación musical del poema de la autora: La cuna.
Alfredo Zitarrosa
Se inició como locutor y periodista, pero en su corazón latía un cantor que
iba a salir a como diera lugar. Tenía fama de tímido y reservado. Tal vez por
eso fue lejos de su país, en Perú, donde debutó como cantor. Pero su voz, y
sus guitarras, no iban a demorar mucho en conquistar a sus compatriotas. O
a cualquiera que tuviera la oportunidad de escucharlo. Cuando estuvo
exiliado en México, un por entonces joven cirujano llamado Alberto Peña –
hoy una referencia mundial de la medicina– lo escuchó en la radio y quedó
tan fascinado que no descansó hasta conocerlo y, posteriormente, hacerse
amigo de Zitarrosa y su familia.
Aunque pareciera severo, tenía una faceta generosa. “Fue la única vez que vi
que el líder de una agrupación musical arreglara el cachet de sus músicos,
antes que el suyo propio”, dijo de él uno de sus guitarristas Luis “Chato”
Arismendi. Otro de quienes lo acompañaron, Eduardo “Toto” Méndez
recordaba que a pesar de su carácter introvertido, provocaba un aluvión de
demostraciones de afecto y cariño allí donde estuviera.
“Era como ir con Los Beatles”. Grabó tantas obras indelebles que sería ocioso
nombrarlas, pero cualquiera que aún no tenga la dicha de conocer su obra
puede empezar por el disco “Canta Zitarrosa”, de 1966. O recurrir a las
recientes reediciones en discos compactos que por supuesto incluye su obra
cumbre: “Guitarra negra”.
Rosa Luna
La tradición y la figura de la vedette en una comparsa de candombe le debe
mucho, por supuesto, a Rosa Luna, la mujer que fue conocida por su baile,
por su sacrificada y a veces violenta vida, por su afición al Club Nacional de
Football, por su franqueza para hablar de las constantes postergaciones de
los afrodescendientes, por su adhesión a Wilson Ferreira Aldunate y,
también, por su carismática personalidad, que atraía a todos.
Nació en 1937 en uno de los lugares más emblemáticos de la cultura afro en
Uruguay, el conventillo Medio Mundo, demolido durante la dictadura militar.
De ahí salió a fuerza de tenacidad, personalidad, talento y resiliencia, aunque
por entonces esa palabra no estuviera de moda. Llegó a ser ídola porque
cada vez que bailaba, el público quedaba atrapado por sus movimientos y la
energía que lograba irradiar, aunque estuviera cansada y los tacos aguja
atormentaran sus pies. Murió en Canadá, cuando estaba en medio de una
gira de presentaciones, y se la sigue recordando como una de las más
importantes representantes del candombe.